
La elección del nuevo papa ha tenido en vilo al mundo. Hasta un extremo que parece más allá de todo lo razonable, aunque acaso tenga su sentido porque se trata de un acto que no apela tanto a la razón como a las creencias. El papa rige la iglesia católica, que elige un cargo en la tierra pero con encomienda celestial. La información sobre la muerte del papa Francisco y el proceso de elección de León XIV postergó el resto de las noticias. Los muertos de Gaza y Ucrania pasaron a páginas de interior, a los minutajes de comparsa, casi de relleno en los informativos de radio y televisión porque Roma volvía a ser el centro del orbe. Tanto milenio después, de nuevo, el imperio. El único que se perpetua desde que el de las legiones, patricios y esclavos se desmoronara justo cuando el Cristianismo echó raíces. Un movimiento religioso que rápidamente se convirtió también en poder terrenal. El imperio de los cielos.
A estas alturas, tantas bendiciones después, poco queda por decir. Por analizar. «Ecos, restan los ecos», me dirán los más vaticanistas. No necesariamente los más creyentes. Cuando ayer sopesaba de qué iba a hablarles hoy, a qué iba a dedicar este tiempo de radio y confidencias que cada lunes nos traemos entre manos, lo primero que deseché fue justo este tema: hablar del papa: «Hombre, Miguel, cualquier cosa menos abordar la elección del sumo pontífice, que la gente está hasta la mitra del asunto». Pero lo repensé. ¿Por qué no? ¿Está todo dicho? ¿Está todo contado? ¿No queda espacio para nada más?
La cantidad de información ha sido ingente. En directo. En vivo. Minuto a minuto. Con despliegue de enviados especiales. Con mucha claqueta. Han vivido, les han contado divinamente todo lo que humanamente podía contarse. Cómo fue la muerte de Francisco. Cómo el Santo Padre parece que se despidió, que intuyó que su tiempo había acabado. Sus últimas voluntades. Las ceremonias para honrar su memoria. Los ritos del funeral. La comitiva. El entierro. Los pasos para elegir al nuevo papa. Los vaticinios. Los candidatos. Las dudas. El cónclave con todas sus claves. Los humos maniqueos, sólo blancos o negros. Los grises, en la Sixtina. La elección del norteamericano Prevost. El significado de su nombre: León XIV. Su ascendencia. Perú, y su talante misionero. San Agustín por bandera. Las reacciones. Sus palabras de paz. ¡Habla español! ¡Visitó España!. Incluso Málaga. Hay fotos. Los primeros actos. Las primeras misas. Los sermones iniciales. Los anticipos de cómo se conducirá, de qué hará, de hasta donde llegará…
Muerte y elección de papas. Tomemos el hecho en su conjunto. La fotografía completa. La película con todos los extras y todos los montajes del director. El libro entero, con sus miniados. El museo, y no la colección de cuadros. Porque más allá de cada uno de los detalles del acontecimiento, lo que apabulla es el acontecimiento en sí. Por momentos pareciera que nos estamos jugando el futuro del mundo y no sólo el pastoreo de la cristiandad. De una parte de la cristiandad. Creo que no hace falta situarse al otro lado de la barrera, en la grada de ateos, agnósticos u otros creyentes, para asombrarse del asombro. ¿Tanto cambia el mundo? ¿Tanto influye? ¿Tanto importa? ¿Hay un antes y un después con León XIV?
Para no ser un poder terrenal, asusta tanto despliegue mundano. Lo malo de hipertrofiar los acontecimientos es que, como en tantos otros casos, se crean expectativas difíciles de satisfacer. Se desvanecen u olvidan pronto. No sé el grado de subyugación al que se han visto sometidos en estos días. Ha sido difícil abstraerse. Entresacar. Separar la mena de la ganga, la esencia del aderezo. ¿Hemos asistido a un hito en la historia de la Humanidad? ¿La ejecutoria de León XIV marcará el sino de los tiempos? ¿Un papa titán? ¿Tendrá capacidad para cambiar nuestra existencia? ¿Cuanto de predicamento le adjudicamos al faro de la cristiandad? ¿Hasta donde alumbrará su luz?
Somos muy dados a adjudicar etiquetas de histórico. Historia es todo, a poco que pase el tiempo, pero hacer época es cosa bien distinta. Y no parece que con la muerte de Francisco y la llegada del papa norteamericano entremos en una nueva era, por más que se fabule sobre cuanto podrá influir en su compatriota Trump y en otros dirigentes para acabar con los males del mundo.
La iglesia católica se rige como las antiguas monarquías. A rey muerto, rey puesto. Con sus siervos en la fe y la infalibilidad del papa. Una institución a la que los nuevos tiempos siempre se le han resistido, como si la modernidad se le atragantara. Los anacronismos persisten ¿No tendrá el papa bastante con gobernar su iglesia? ¿Con solventar las contradicciones de una institución que se sabe anquilosada?
Damos por sentado que el relevo papal es un acontecimiento planetario. Asumimos, sobreentendemos que es el líder espiritual más influyente del mundo. Es el Papa, sí; y debe ejercer como tal. No le queda otra. Asusta la enormidad de la tarea. Ya prodiga peticiones de paz y justicia. Pide que dejen de matar. Su «nunca más a la guerra» es bien terrenal, y cuanto habrá de milagroso si le hacen caso. Como tantas otras veces, como tantos otros papas, toca fe y esperanza para esa paz que tanto se nos resiste.
Miguel Nieto es periodista y miembro de Marbella Activa. El Dardo en la Palabra es su colaboración semanal en el programa de radio ‘Más de uno Marbella’ de Onda Cero.
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