
Una quiebra, una falla generacional, una fractura social a todos los niveles; pero en especial en la preocupación por el patrimonio de nuestra ciudad. De eso va el artículo de hoy. No sé bien cuales son las causas que la producen; pero sí constatar las consecuencias y, sobre todo y especialmente, cuáles son las soluciones. Es más bien una invitación a la reflexión dirigida a los mayores, incapaces de ilusionar a una población juvenil por la defensa de su identidad. No se sienten de aquí, aunque hayan nacido aquí, educado aquí y desarrollada su juventud a medio camino entre esta ciudad y Málaga en sus carreras universitarias o se hayan incorporado muy jóvenes, dejando sus estudios, a puestos sin preparación específica para dedicarse a la construcción o el servicio.
Marbella es una ciudad con escasa urdimbre social cuyas consecuencias todos sufrimos. Si el presente es tan pesimista, no sé qué sucederá en el futuro. Es una ciudad por hacer a pesar del cemento, donde la mayoría de sus tradiciones (carnaval, romería, cruz de mayo…) son de ayer.
Somos pocos en la órbita de los sesenta o más. Circunvalamos el centro de desidia de esta ciudad. Cansados y muchas veces derrotados en tantas batallas, vemos como el patrimonio es vendido. Y lo que es más grave: a nadie parece importarle.
Somos conscientes de la riqueza que bulle en este lugar donde la historia mezcla la herencia fenicia, romana o andalusí, por no recordar los pecios prehistóricos. Nada reconocida, investigada y publicitada por las instituciones. Pero ahí están.
Esa falla se hunde con los años, incapaz de unirse con la más joven que hace tiempo crea un campo fértil en otras tierras. En los escasos colectivos ciudadanos se evidencia. Pocos y mayores las dirigen o las movilizan. No hay gente joven preocupada por los temas más agobiantes como vivienda o condiciones laborales. Solo hay que preguntar por la militancia en sindicatos o partidos políticos.
El erial se profundiza o extiende en el mundo de la cultura. Somos los mismos y bastantes mayores los asistentes a conferencias, cine club o diferentes actos culturales.
Existe una discontinuidad. Nuestros jóvenes más preparados, en su mayoría, levantaron el vuelo y se marcharon a otras tierras más ricas abundantes y fructíferas. Esta tierra, hay que reconocerlo, ofrece pocas posibilidades de construir un futuro. Sin hablar del tema de la vivienda. Se mueven alrededor del sector servicio, construcción y poco más. No hay parque tecnológico, industrias de ocio, o industrias blandas que puedan hacer permanecer aquí. Los padres que nos hemos preocupado por ayudarle a una formación, ahora nos vemos contemplando la estela de nuestros hijos cuyas potencialidades otras naciones exprimen y aprovechan. Es muy frecuente las conversaciones entre padres sobre los hijos que emigraron hace tiempo a países europeos o más lejanos donde se han instalado y montado su vivir. Si vuelven es de vacaciones.
Si es esencial en el ámbito laboral, lo es más en el social. No existen asociaciones de jóvenes ni en lo lúdico, deportivo o de ocio. Y por supuesto muchos menos en las de defensa de nuestro rico patrimonio. Las asociaciones en defensa de nuestro patrimonio como pueden ser Cilniana o Marbella Activa apenas tienen jóvenes entre sus escasos miembros y ninguno entre los dirigentes.
Detectar una situación problemática es fácil; no lo es encontrar soluciones. Siempre pensamos en las instituciones que deberían abrir debates sobre qué hacer para implicar a todos los ciudadanos y en especial a los más jóvenes en la vida de nuestra ciudad.
Previamente deberíamos definir el modelo de ciudad de cara al futuro. ¿Más de lo mismo? ¿Más turismo u otras posibilidades: ciudad de la cultura, del deporte, de la sanidad, de las tecnologías blandas…? El Plan General a punto de aprobarse sería un mecanismo adecuado para esta definición entre todos los estamentos sociales. Es una vía.
Rafael García Conde. Ex-concejal
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