
Se la ve tan pequeña, encorvada, subiendo la gran cuesta luminosa, radiante, con los ojos semicerrados, la respiración agitada por la marcha y el calor de julio. Pero también por la ilusión que la lleva al intentar cumplir con su objetivo, su sueño.
Llega a su meta con el corazón palpitante y el estómago encogido, le cuesta subir los escalones por culpa de su artrosis. Pero cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad de aquel hall lo mira todo asombrada. Es todo tan bonito que le parece difícil que ella pueda formar parte de eso, que la acepten…”Dios mío parece un hotel” se dice.
“¿Qué desea? “ una conserje que está casi oculta tras un escritorio blanco la saca de su abstracción.
“Quiero apuntarme a un curso de cerámica: de pequeña estuve ayudando a mi padre en su taller, yo le limpiaba los bordes a los azulejos. A veces me dejaba coger el pincel y pintar los pétalos más sencillos.
Traigo el DNI y el dinero.
“Esto no funciona así, señora: tiene que solicitar una plaza enviando un formulario que previamente habrá rellenado, dicho formulario lo deberá descargar de la web del ayuntamiento. Asegúrese de que el formulario es recibido mediante un correo lectotónico formulatariado responsorativo”…
¿“Pero qué me está diciendo!”? La pobre Amparo vio cómo una enorme grieta se abría a sus pies, destrozando el mármol del suelo (¡qué pena, un suelo tan bonito!). Amparo caía y caía sin agarrarse a nada, en su caída pudo ver cómo la rodeaban todas esas extrañas palabras, y lo peor era que aún seguían cayendo más palabras, porque la mujer continuaba hablando.
Pero yo no puedo hacer esas cosas…
“Veamos: ¿Tiene usted más de 65 años?
“Si, tengo 70”.
“¿Hay alguien viviendo con usted en su casa o en su entorno familiar?”
“Si, mi hijo Antonio”
“¿Cuántos años tiene su hijo?”
“39”
“En ese caso pídale a su hijo que le haga la matrícula”.
La vergüenza selló sus labios, dio media vuelta y se marchó sin volver a mirar ese precioso hall que, evidentemente, no era un lugar para gente como ella.
“Pedirle ayuda a Antonio…¡Qué ocurrencia!”. El simple hecho de pensar en él le provocaba una angustia y un temor infinito. Se imaginó la escena si ella le pedía ayuda con esto:
“¿Pero a tí que coño te pasa? ¿Ya te has vuelto loca del todo? ¿Qué se te ha perdido a ti tan vieja y tan chocha en una escuela? ¡Tú allí sólo ibas a estorbar, estúpida!”
Su hijo sí que estorbaba: era un haragán que nunca trabajó, ni tuvo amigos ni novia ni nada. Siempre encerrado en su cuarto jugandose el dinero de ella a solas con un viejo ordenador toda la noche, armando jaleo con gritos y golpes y molestando a los vecinos .
Y cuando salía de su cuarto era peor: la insultaba, la amenazaba, le pedía dinero. Le mostraba tanto odio que no parecía su hijo.
Lo peor era soportar la mirada de sus vecinos, la evitaban, cuchicheaban y sólo se dirigían a ella para amenazar con llamar a la policía.
“Amparito, no te preoupes, que le vamos a pedir a mi niña que te haga ella la matrícula, ella es muy lista, ya veras: mi Estrellita estudia en la capital, ¿cómo no va a saber hacerlo?”.
Esa misma tarde se reunieron a la mesa camilla Amparo Loli, Estrella y el portátil de esta.
La joven abrió la tapa llena de pegatinas de su portátil, tecleaba con movimientos rápidos y seguros, la pantalla iluminaba su cara con un resplandor verde, Amparo la observaba y le parecía un ángel.
El proceso duró pocos minutos, Estrella le fue haciendo preguntas fáciles, que ella pudo contestar sin titubeos. A veces Estrella no entendía una línea, entonces achinaba los ojos y acercaba más su rostro a la pantalla, luego miraba a Amparo y le hacía otra pregunta que, al principio parecía difícil, pero ella se la traducía con una sonrisa.
“Qué niña tan cariñosa, tan trabajadora, tan lista, con una hija como ella, que distinto sería todo.”
Amparo volvió a su rutina, Estrella se marchó a otra ciudad a empezar un nuevo curso.
Un día, mientras Amparo limpiaba el polvo de los muebles del comedor recordó aquella figurita de cerámica que representaba a una joven con un gran sombrero acariciando el largo cuello de una oca. En su memoria la joven tenía el rostro de Estrella iluminado de verde, con una leve sonrisa. Se imaginó a sí misma en la escuela de cerámica trabajando concentrada, sus manos, asombrosamente hábiles estaban realizando una réplica de aquella estatuílla que Antonio lanzó al suelo en uno de sus berrinches.
Le habría hecho ilusión regalarle la figurita a Estrella, puesto que tenía su mismo rostro, pero decidió que los jóvenes no saben apreciar estas cosas y no quería estorbarla con cosas de vieja. Decididamente la figurita volvería a su sitio en el aparador junto al plato recuerdo de Toledo.
Estaba muy tensa llamando a la puerta de su amiga Loli. “Loli, no sé nada de mi curso, y ha pasado tanto tiempo. Por favor, llama a Estrella, a ver si a ella le dicen algo…”
¡”Ay Amparo perdona, si ya me la había dicho, pero estoy tan liada que no pude ir a verte. Dice Estrella que no has entrado en el curso, parece ser que hay mucha gente pidiendo plaza y la tuya llegó demasiado tarde…
No te preocupes que el próximo curso le pido a la niña que se lo anote en su calendario y seguro que llegamos a tiempo…”.
“¡Amparito hija!¿ estás bien? …te ha puesto blanca como la pared. Siéntate, que te preparo una tila”.
Rosa Rodríguez Camacho es profesora del taller municipal de cerámica y socia de Marbella Activa.
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