
Con licencia para firmar… y para navegar. Así debería haber anunciado mi editor, Javier Rodríguez Barranco, mi desembarco en la Feria del Libro de Sevilla. Desembarco sin canoa. «No he enviado yo mis plumas a firmar contra los elementos», hubiera sido una dispensa poética. Perdonado queda porque nadie esperaba que el pasado martes el certamen se convirtiera en una naumaquia de las letras. Tampoco este autor que, aunque celoso de los pronósticos y acostumbrado a batir la estilográfica con los temporales (Málaga, mismamente), no barruntó semejante tromba. No me esperaba un cielo de gárgola que obligaría a cerrar el recinto el miércoles, que fue cuando Sevilla se atragantó. Y colapsó.
Aunque entristecían los Jardines de Murillo ayunos de lectores, que hicieron bien quedándose en casita, calentitos y secos, al final, no se crean, pasé dos horas bien simpáticas. Tiene su encanto firmar y conversar en medio del diluvio y la procesión de paraguas sin incienso y con aroma a petricor desbocado. Pocos se atrevieron a subirse a las tarimas que colocaron para abordar las casetas y evitar naufragios en un albero empachado de agua. La crónica de la firma podía circunscribirse a un parte meteorológico si no fuera porque hubo letraheridos con arrojo. En la caseta de la Asociación Andaluza de Editores —la 36—, algunos libros se combaban por la humedad mientras operarios vestidos de buzo acarreaban a la bulla las peanas. Apenas se les distinguía en la penumbra. El cielo, estaño oscuro. El agua, a baldes. Llovió sin saber llover, sobre todo al día siguiente cuando se batieron todos los registros en Sevilla. Poca gente curioseó y menos compró. A mi me salvó la tarde el cuerpo de ingenieros —no embromo: tres jóvenes licenciados que gustaron de Malenconía— , al que se sumó una chavala, que primero le hizo una foto a la portada con un «me lo pensaré» y a la media hora retornó hecha sonrisa para llevárselo. Y me la salvaron no por la compra sino por la charla. Literatura seria con los lectores; de cine con Marta, periodista, encargada hasta entonces del stand, que al día siguiente se iba a la Seminci de Valladolid; de ferrocarriles mineros con un onubense que desconocía que en Marbella tuvimos uno de los primeros, el San Juan Bautista, que funcionaba por gravedad; y un compañero de Canal Sur («Tu cara me suena») que alguna vez me vio cuando las tertulias mañaneras con Tom Martín Benítez. Ya ven qué cosas. Hasta el cierre, desde la luminosa caverna del stand de la AEA se contaban con los dedos de una manopla la gente con alguna bolsa… de tortas Inés Rosales y del Corte Inglés, que por cierto tenía stand con dependiente encorbatado (el único, en todo la feria, claro) donde la Preysler hacía furor con su napia quebradiza.
Contento pués, que las casetas no flotaron y al día siguiente, tras visitar el Archivo de India, la casa palacio de Salinas y zamparme una carrillada en salsa en Mateos Gago sólo tardé tres horas en salir de la capital —más del trueno que del tronío— y siete, merced a la niebla serrana rondeña, en llegar cegato a Marbella. Pero ya saben, los periodistas estamos acostumbrados a meternos en charcos. Y los escritores, por lo que se ve, también. Mi pluma ha criado branquias pero se recuperará para diciembre, cuando nos reencontraremos que Malenconía cumple año. Atentos al anuncio. Incluiré parte meteorológico aunque, que yo sepa, el hospitalillo no tiene goteras. Un fuerte abrazo.
Miguel Nieto es periodista, escritor y miembro de Marbella Activa.


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