
Kennedy. Un apellido de los más famosos en Estados Unidos y, al decir de muchos, lo más parecido que han tenido a una dinastía en esta tierra ayuna de reyes. Nunca han querido monarcas, que para eso son una república aunque algo endiosada porque bien pronto empezaron a coquetear por elevación con el imperio. Si hay un Kennedy célebre es JFK, el carismático presidente asesinado en Dallas. Su padre Joe, de ascendencia irlandesa, ya era un preboste empresarial y político que no dudó en mover los hilos para colocar en el despacho oval a uno de sus hijos. En realidad, el elegido era el primogénito, Joe, que murió en un accidente de aviación en la II Guerra Mundial. John Fitzgerald Kennedy, católico y demócrata, le sustituyó. Hay otros Kennedy famosos, como Robert, también asesinado, o Ted, al que aún persigue el accidente de Chappaquiddick, en el que murió su secretaria Mayo Jo Kopechne. La tragedia se cebó de nuevo con la familia cuando Jonh J.r., el nuevo mirlo mimado, falleció en un accidente aéreo. Una maldición, aseguran, les persigue. Tras un largo silencio el apellido Kennedy reverdece. Vuelve a sonar. ¿A su pesar? Igual sí.
RFK. No sé yo si el patriarca se sentiría muy cómodo con el nuevo acrónimo aunque Robert F. Kennedy Jr. haya llegado a Secretario de Salud y Servicios Humanos en el gobierno de Donald Trump. Fue candidato demócrata a la presidencia aunque cambió de objetivo y bando ¿Su mayor contribución para el cargo? Apoyar al jefe y desempeñarse como furibundo antivacunas. De la manita de Trump, con el que sintoniza a la perfección, se saca ahora un master en pseudociencias. Y se lo curra. Que no le falten argumentos al marshall supremo, que lo de recomendar inyectarse desinfectante para acabar con el coronavirus se le quedó antiguo. Nuevas ideas como lo del Paracetamol y el autismo. Primero lo dijo él y ahora Trump ha perfeccionado la teoría.
«Hay un rumor, que no sé si es cierto o no, de que en Cuba no tienen Tylenol (Paracetamol) porque no tienen dinero para ello y virtualmente no tienen autismo». Ésta es la frase primigenia de la que concluyó que las embarazadas que toman este medicamento —para el dolor y la fiebre— tienen más posibilidades de engendrar niños autistas. El pack completo para resolver el trastorno pasa por no medicarlas con Paracetamol y por disminuir la vacunación a los niños. La OMS y otras instituciones, como universidades, han desmentido en tropel y con rotundidad la astracanada, pero poco importa. A Trump y a su Kennedy de cabecera le va la marcha conspiranoica.
Porque de eso va el asunto, no se engañen. Atentos a su planteamiento. Simplón. Tenemos nuestra verdad y es la que hay, la única que sirve. Los hechos son nuestros hechos y no nos valen otros. Las soluciones las decretamos nosotros y los demás estáis para asumirlas. Y el que se oponga que se atenga a las consecuencias. Y las consecuencias son ignoraros, ningunearos, desacreditaros, vituperaros y si hace falta silenciaros. Por vía expeditiva. Ejecutiva. Hay gentes, presuntamente ilustradas, sabe usted pueblo llano que le dañan y engañan, y nosotros estamos aquí para defenderle. No aguantamos rivales políticos porque son muchos y malvados; jueces, porque tienen la mala costumbre de procesarnos; periodistas, porque se atreven a desmentirnos y criticarnos, y no les digo inmigrantes porque son delincuentes y gente de mal vivir. Que hay mucho anti patriota suelto. Malos americanos todos.
Ahora toca el asalto a la Ciencia ¿Igual porque la Ciencia es progreso? ¿Igual porque a Trump progreso le suena a progresista y, claro está, a estrategia del enemigo? ¿Quizá porque la Ciencia es discurrir, buscar, investigar, deducir, entender y eso le huele a pensamiento, lo que es asaz peligroso? ¿O quizá porque le tiene envidia a los cubanos, nada autistas, que todo el mundo sabe que son bullangueros y lenguaraces porque, pese a su intrínseca perversidad comunista, no les llega para Tylenol? Trump parece de otra época, la de los hechiceros, chamanes y brujas que curaban con pócimas o remedios saturnales. A poco está de soltar que con luna llena, aparte de que aúllan los lobos de Wall Street, muere más gente. O que volverán las oscuras sanguijuelas sus venas a pinchar. O que donde estén unas alas de murciélago machacadas que se quiten los complejos vitamínicos. O, en suma, que donde hay nigromante no manda científico. Son tiempos oscuros no ya para la lírica —que también— sino para el conocimiento. Para la Ciencia. Con lo hermoso que resulta indagar el porqué de las cosas, de la vida, de qué nos mata o nos sana. Establecer principios. Activar soluciones. Mejorar la existencia. Si estos anatemas sanitarios fueran cosa de cavernícolas sin predicamento nada importaría. Mas no es el caso. Ahí los tienen: Trump y RFK, el emperador que aspira al cetro de la paz y al apellido ilustre, instalados en la anticiencia. Tan panchos en sus redomas apócrifas. Y en Cuba —viste chico— ni para Paracetamol tenemos. Qué cochinada.
Miguel Nieto es periodista, escritor y miembro de Marbella Activa.
Artículo original publicado en el Diario De Santiago el 26 de septiembre de 2025.
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