La música «de los pueblos con la nevera vacía» adquirió, sin saberlo, categoría mítica en Ronda, cuando Vicente Espinel, un cura singular del siglo de oro español, le adosó una cuerda más a la vihuela. Una tripa aguda con la que creó la guitarra española. Y también la nutrió de poesía con la Décima, una estrofa ligera y sonora sin la que sería difícil entender el flamenco. De eso hace más de cinco siglos. De que se nos fuera Paco de Lucía se cumplen diez años.
Nueva York rindió hace poco homenaje a Vicente Espinel por su hallazgo de una estrofa que aúna guitarra, poesía y cante popular. Han desfilado estudiosos para hablar de Espinel pero, a qué negarlo, el Flamenco Festival lo llena el recuerdo, casi se diría que el gozo, de Paco de Lucía. Paco removió en su día los cimientos del Carnegie Hall de Nueva York, ese templo musical que situó en el Olimpo a artistas tan colosales y dispares como Duke Ellington, Igor Stravinsky, Bob Dylan o Billie Holliday. Discípulos y amigos se plantaron al inicio del festival en ese escenario para honrar el legado de quien elevó la guitarra flamenca al mundo de los cielos.Diez años ya sin Paco. Se dice pronto y se siente peor. Siempre me he preguntado cómo de ese guitarrista menudo y adusto, con aires de músico de cámara, podía nacer tanto milagro. Milagro con una guitarra o la guitarra hecha milagro; no sabría decirles, no. Media humanidad descubrió que existían unos sonidos con alma que venían del Sur. Que viajaron a América y retornaron con más ritmo y así, con idas y venidas, martinete va, fandango viene, el flamenco se hizo mundo.
Nunca había llegado tan lejos. La gente descubrió que el flamenco se tocaba y cantaba de otra manera. Y que nadie lo cortejaba como aquellas manos largas de relámpago; las de Paco, al que el apelativo de virtuoso siempre le quedó corto ¿Cómo se puede abrir en canal el alma flamenca sin destriparla? ¿Cómo se puede transitar del clasicismo a acordes revolucionarios?
Nueva York, sí. Como aquél que dice: antes de ayer. Pero hubo otro escenario mítico: 1980, en el Warfield Theater una noche de viernes en San Francisco. Tres genios: Paco de Lucía, John Mc Laughling, y Al Di Meola. Tres guitarras y un disco para la historia. El más vendido de la época, aunque los críticos pronosticaron que fracasaría porque la música era muy veloz, excesiva. Pero no, aquella fusión de cuerdas y virtuosismo no eran guitarras desenfrenadas sino precisión y portento. Arte. Vicente Espinel se hubiera caído del púlpito con sólo imaginarlo.
Paco tenía un fulgor sereno en la mirada que, entrecerrada, regalaba hondura sobre las cuerdas. ¿Buscaba la perfección? Seguramente, no; quizá la esencia. ¿Buscaba la innovación? No, en sí misma; quizá el rasgueo preciso, la melodía transparente ¿Buscaba la fama? No, le vino dada. Todos los que le conocieron destacan su humildad. Paco merodeaba la perfección en una delicada cuerda floja, que en su caso eran seis, como quiso Espinel. Destilaba en su música la ternura que sólo conocen los trastes solitarios. Se le veía salir con su frente amplia, despejada de bruma, con su camisa abullonada, su chaleco y sus botas negras, y nada presagiaba la luz que brotaría de su guitarra. O más bien de sus manos, de sus dedos de los que salían ´cositas buenas´, como gustaba decir. Los ojos entrecerrados y sus manos, como de seda, amasando compases.
Miguel Nieto. Periodista y socio de Marbella Activa.
El Dardo en La Palabra es su colaboración semanal en Onda Cero Marbella.
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