¿Alguna vez has querido formar parte de algún grupo o lugar y has sentido que ‘no te dejan’ o no te quieren entender?
Nos puede pasar a todos y muchas veces lo pasamos mal. Es porque la naturaleza del ser humano implica que todos queremos sentir que pertenecemos a una unidad social y anhelamos sentir conexión con los demás.
La conexión humana requiere cierta integración, y la integración verdadera es cosa de dos.
Aunque muchas personas piensen que el esfuerzo de integrarse recaiga sobre una sola persona – normalmente la nueva o diferente – la integración es una vía de doble sentido. Implica que yo doy de mí, tú das de ti y juntos creamos o mejoramos algo. Obviamente, hay que tener voluntad para hacerlo.
Recordemos que nos podemos estar refiriendo a alguien venido de fuera de nuestra ciudad, región o país, o alguien de nuestro entorno que sea diferente a la mayoría por cualquier razón cultural, económica, forma de ser o de salud.
Los efectos psicológicos de la exclusión
Al sentir que se nos integra en una unidad social, nos sentimos aceptados, queridos y valorados. Al sentir que se nos ignora o rechaza, sentimos todo lo contrario.
Imagina que sientes que no se te está buscando, invitando y realmente integrando. Que siempre te tienes que esforzar tú y nadie más. ¿A que no te sentaría bien eso? Ahora piensa en alguien que pueda estar pasando por esto.
La exclusión desafía nuestra necesidad fundamental de pertenecer a una unidad social. Provoca una serie de reacciones que incluyen baja autoestima, ira, incapacidad para razonar bien, depresión y ansiedad, estrés, y percepciones y comportamientos contraproducentes. Ser excluido también puede evocar respuestas antisociales o agresivas, el aislamiento, la autolesión, o en algunos casos, el suicidio.
Alguien venido de fuera (aunque sea de otra parte del país) tiene que aprender dónde hacer la compra, las formas sociales y costumbres de su nuevo entorno, relacionarse y trabajar. Cuanto más fácil se le haga la vida en este sentido, menos estresado se sentirá. Esa hospitalidad es bastante fácil de dar, aunque ese es solo el primer paso…
No es solo cuestión de que esa persona ponga de su parte para integrarse, sino que los demás pongan de la suya, como en cualquier relación de amistad, pareja o de trabajo.
No es sólo que esa persona se adentre en la vida, mentalidad y cultura del resto de la multitud establecida, sino que los demás también busquen adentrarse en la vida, mentalidad y cultura de esa persona.
Ejemplo; invitar a una persona a quedar con tu grupo sin que nadie se moleste en interesarse por ella y pienses que solo con la invitación ya está hecho el trabajo de integración, NO es integrarle. Si no se le da pie a que hable, si nadie se interesa de verdad, o cuando intente hablar se le interrumpa a cada rato para desviar la conversación a lo conocido por los demás, no es justo culparle o criticarle si se frustra.
La integración implica una adaptación mutua y consciente.
Cómo hacer que alguien se sienta integrado:
- Preguntarle sobre su vida, sus intereses, su cultura, sus sueños y objetivos (con el fin de conocerle, no para cotillear después)
- Interesarte por cómo está y cómo se siente
- Conocer sus inquietudes y ayudar donde puedas
- Acudir a su negocio, compartir actividades o aficiones
- Confiar en su capacidad y deseo de formar parte de la comunidad
- Mostrarle que puede confiar en ti también
Son las mismas cosas que haríamos al conocer a cualquier otra persona de nuestro entorno con quien podamos desarrollar una conexión.
Las limitaciones con lo diferente las imponen nuestros prejuicios, miedos y filtros de creencias.
¿Por qué os cuento todo esto?
Nací en Marbella, hija de padres extranjeros. Me crié en una calle tranquila del barrio del Calvario entre españoles y extranjeros. Desde que nací, es obvio que se ha extendido mucho más ese multiculturalismo, pero no necesariamente se ha desarrollado y educado en la integración.
Cuando tu padre y tu madre son “de fuera”, te crías con la esencia enriquecedora de varias culturas; la autóctona y las de “importación”. Aunque también está la parte genética que tiene otras consecuencias; que te miren como alguien de fuera, aunque lleves toda tu vida viendo las cabalgatas de los Reyes Magos y las procesiones de Semana Santa como los demás. Que los grupitos de chicas te miren fijamente al pasar y les escuches reírse después cuando no hay nadie más pasando por esa calle. O que ya siendo adulta, siempre piensen que eres una turista. Son cosas que vas asumiendo con el tiempo, aunque nunca se van del todo.
Habiendo tenido la oportunidad de viajar y vivir en varias ciudades de otros países ya de adulta, he visto de todo un poco, pero lo que más he tenido que hacer es adaptarme a cada entorno nuevo, incluyendo la reintegración a mi vuelta a España.
Para entender y vivir mejor la integración, ayuda a que vivamos las costumbres y formas de otras personas. Que sintamos en nuestra piel lo que es desconocer el idioma y querer expresarnos. Que probemos hacer vida (y negocio) en un entorno desconocido. Que nos miren como que no somos de ahí y entendamos cómo sienta eso. Que aprendamos a escuchar y empatizar mejor con cualquier tipo de persona, no solo con los que piensen y actúen igual que nosotros.
Al abrir nuestras mentes, podremos entender mejor a los que vengan de fuera y los que sean diferentes, así como sus desafíos o inquietudes.
“Tú no eres de aquí,” o “Eres raro/rara…”
A ciertas personas les gusta hacerte saber que no eres de “aquí”; sea del barrio, del pueblo/ciudad o incluso del país. Hay quien hace lo mismo porque eres algo diferente a los demás. Razonando psicológicamente, es una reacción típica de protección de la tribu, aunque esta actitud puede afectar negativamente nuestra salud mental y bienestar emocional porque ataca nuestra identidad y sentido de conexión con nuestro entorno. Desintegra, no integra.
Tengamos en cuenta que con tanto multiculturalismo, hay muchas personas que han nacido en el país, de padres extranjeros (o una mezcla), pero por nacimiento este es su país, su ciudad, su lugar. Basarse en los rasgos físicos de una persona para intentar excluirle o etiquetarle ya no sirven.
Cuando muchas personas te recalcan que “no eres de aquí” (o que eres ‘raro/rara’) esto te puede hacer sentir como que no deberías estar “aquí”. Igual no lo pretenden, pero a la centésima persona que te lo diga, puede que empieces a creértelo. Y si lo pretenden, ¿dónde están la empatía y desearle bien al prójimo?
Hay quien pensará, “Si ‘no pertenezco’ a ninguna tribu o clan familiar, ¿qué pinto yo aquí? Si encima me hacen sentir que no debería estar o que no puedo ser yo… ¿qué hago?”
Bajo estas premisas, es lógico que muchos jóvenes y adultos se sientan ignorados, marginados o descartados.
Si tienes la auto confianza intacta, le das pataditas al asunto, “Esté donde esté, y sea como soy, tengo mucho que aportar.” Pero si te sientes vulnerable, esto te puede hundir o llevar a tal extremo como para cuestionar tu propia existencia. Esa sensación no se la deseo a nadie, porque es horrible.
Volvemos al principio; todos queremos sentir que formamos parte de algo.
Los entornos más difíciles de abarcar suelen ser los más cerrados de mente a las personas nuevas o diferentes. Esa actitud de miedo o rechazo puede crear una toxicidad que no ayuda a nadie.
Hay personas que tienen una manera de hacerte sentir que eres tú quien lo está haciendo ‘mal’ por tu forma diferente de pensar o de hacer las cosas. Esto te puede hacer sentir que realmente no se te quiere entender, sino forzarte sutilmente a ser como los demás en vez de ellos buscar respetarte a ti también. Te puede crear una disonancia cognitiva por la diferencia entre tus creencias, las de ese entorno y tu deseo de pertenecer.
Hay personas que te toleran “porque hay que hacerlo” pero nunca buscan conocerte de verdad. Si al final te vas o dices algo al respecto, dicen que es porque no logras adaptarte o porque eres demasiado diferente. No piensan que igual no se adaptaron a ti y que te cansaste de tanto esforzarte con personas que nunca te quisieron conocer mejor y adaptarse algo a ti, ya que con el tiempo eso desanima a cualquiera y hay que saber respetarse a uno mismo.
Muchas depresiones derivan de estar con personas que no nos quieren entender ni integrar del todo, y la sensación de no poder con esa situación. Nos comprimimos por intentar encajar donde no se nos nutre de verdad. Por eso a veces, un cambio de entorno o grupo de amistades ayudará a que ese estado emocional desaparezca como por arte de magia. Al descomprimirnos y estar con personas más afines, logramos respirar como nos pide el alma.
Es importante tener algún tipo de apoyo para no sentirnos solos en esos momentos. A veces compartiremos nuestras inquietudes con personas conocidas, pero no siempre nos responderán con cierta empatía deseada. Si no tenemos ese apoyo dentro de nuestro entorno más directo, hay que buscarlo fuera para cuidar de nuestra salud mental. Típicamente, las demás personas diferentes o “de fuera”, que hayan tenido otras experiencias de vida a las que les hayan sacado aprendizaje, nos podrán aportar la mejor ayuda, ya que entienden por lo que estamos pasando mejor que los demás. También podrá ser de gran ayuda acudir a especialistas en salud mental y bienestar emocional.
“Si no te gusta, ¿por qué no te vas?”
Cuando alguien del entorno establecido no quiere comprender o adaptarse a otra persona, salirse de su zona de confort, aprender algo nuevo, tiene miedo o no quiere oír algo que implique que cambie, suele responder de esta manera. Es una respuesta cerrada y cargada de rechazo que resulta dura y triste a la vez. Cuando ya llevas cierto recorrido entiendes que viene de una rigidez mental, pero los más jóvenes o sensibles pueden tomárselo personalmente y sentir un rechazo enorme sin entender bien lo que está pasando. Lo que pasa es que hay personas que no saben cómo (o no quieren) adaptarse.
Consejos:
- Aceptar cuando unos no quieren participar en la integración verdadera,
- respetar sus creencias aunque pueda doler su forma de transmitirlas,
- establecer límites saludables con esas personas,
- seguir buscando personas afines, que las hay (esas personas te abrazarán el dolor y te aceptarán plenamente),
- seguir siendo fiel a quien eres y no reducirte porque otros no te quieran entender o aceptar.
El rechazo no es siempre que alguien te diga abiertamente que no eres bienvenido. El rechazo también son las miradas sospechosas o desconfiadas, las malas habladurías (muchas sin fundamento), los sesgos inconscientes, las formas de tratarte, el no valorarte, los destrozos en tu local, no comprar tus productos o servicios, los grafitis, que nadie busque conocerte más allá de a qué te dedicas, que mientan sobre ti para que otros desconfíen, que los compañeros de clase de tu hijo o hija no le inviten a jugar o a los cumpleaños….
Estas actitudes pueden crear una ansiedad y rabia en los que sean receptores de ellas. “Sólo busco hacer mi vida y aportar en lo que pueda, ¿por qué me tratan así? ¿Yo qué he hecho para merecer esto?”
La mayoría de las personas que se instalan en un lugar nuevo lo hacen para desarrollar una vida digna y honrada, tengan los rasgos, cultura y origen que tengan. Las actitudes de los demás pueden condicionar cómo desarrollen sus vidas e incluso el éxito que tengan en sus negocios o emprendimientos, para bien o para mal. Tan solo hay que ver “As Bestas” para ver la maldad y la injusticia con la que actúan algunos.
La diversidad aporta a nuestra evolución mental, emocional y cultural.
Vivimos en un país que goza de una riqueza cultural milenaria heredada de los celtas, tartessos, fenicios, cartagineses, musulmanes y romanos entre otros. Pero el desarrollo cultural no paró ahí. La verdadera riqueza de cualquier lugar del mundo es el patrimonio humano que tenga y su evolución inevitable. Las personas hacen el lugar y su cultura.
O bien hacemos sentir bienvenidas a las personas y nos integramos con ellas, o no. Si no lo hacemos, no es justo responsabilizarlas de todo por ser diferentes. Es como querer que fallen desde el principio – ¿a ti te gustaría que te trataran así?
No siempre tendremos afinidad en todo, pero buscando juntos la comprensión, sí podremos convivir mejor entre todos.
Tener que empezar “de cero” en otro lugar te puede hacer sentir que no perteneces a ninguna parte, ninguna ‘tribu’ hasta que vayas conociendo gente. Encima sientes que tienes que probar tu valía para que los demás confíen en ti, mientras ellos se olvidan de que también tienen que generar confianza en ti – esto es cosa de dos. No vale desconfiar del nuevo o la nueva mientras le mientes o le robas oportunidades. Hay quien se aprovecha de los nuevos o diferentes porque sabe que puede esconder sus mentiras culpándoles a ellos, ya que los demás casi siempre creerán a los “suyos”. Les da igual que les puedan hundir emocionalmente o económicamente. ¿A que es injusto? Seamos buenos vecinos, pues.
Dejemos que la vida nos sorprenda gratamente. Seamos ese tipo de personas que ofrezcan esas sorpresas gratas a los demás desde la generosidad de nuestro espíritu. Tengamos la valentía de extender la mano a esa persona nueva o diferente; igual nos sorprendemos gratamente. Igual también le salvamos la vida a alguien sin saberlo…
Si sois nuevos o diferentes a los demás, recordad que no estáis solos. Somos muchos los que hemos vivido (y a veces, sobrevivido) esto que se llama integración. Saber cómo adaptarte o reinventarte te aporta unas cualidades increíbles de resiliencia, empatía, comprensión y perspectiva que podrán ayudar a otras personas.
Personalmente, esta frase me ayudó a darle paz y sentido a mi “lugar en el mundo”:
«Solo eres libre cuando te das cuenta de que no perteneces a ningún lugar, perteneces a todos los lugares, a ningún lugar en absoluto. El precio es alto. La recompensa es grande.»
– Maya Angelou
Os invito a contemplarlo y a tener más curiosidad por conocer a personas fuera de vuestro círculo de conocidos.
Karin Pinter es escritora, coach transformacional y la creadora del personaje Niki Owl.
Más información en su web (ver).
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